Así reza la frase tan conocida que se funda en la muerte del rey inglés Ricardo III, derrotado en la batalla de Bosworth, en 1485, e inmortalizada por el célebre Shakespeare.
Cuentan que el rey Ricardo se preparaba para la batalla mas importante de su vida, en tanto un ejército conducido por Enrique, conde de Richmond, lo acosaba para decidir quien gobernaría Inglaterra.
La mañana de la batalla, Ricardo envió a un palafrenero a comprobar si su caballo favorito estaba preparado, con sus herraduras listas para cabalgar al frente de sus tropas.
El herrero le dijo que debía esperar pues tenía que conseguir más hierro. Pero ante la insistencia y el avance de los enemigos del Rey el herrero puso manos a la obra, y con una barra de hierro hizo cuatro herraduras.
Las moldeó y las adaptó a los cascos del caballo y luego empezó a clavarlas. Poco después de clavar tres herraduras, descubrió que no tenía suficientes clavos para la cuarta por lo cual se arregló como pudo para colocarla, pero no quedó tan firme como las otras.
Los ejércitos chocaron, y Ricardo estaba en lo más duro del combate, alentando a sus hombres y luchando contra las líneas de Enrique.
Desde su puesto de lucha notó que algunos de sus hombres retrocedían, y para evitar un desbande espoleó su caballo y enfiló hacia la línea rota, ordenando a sus soldados que no abandonaran la batalla.
Estaba cruzando el campo cuando su caballo perdió una herradura, tropezó y rodó, y Ricardo cayó al suelo. El caballo asustado, antes que el Rey pudiera reponerse, echó a correr.
Los ejércitos chocaron, y Ricardo estaba en lo más duro del combate, alentando a sus hombres y luchando contra las líneas de Enrique.
Desde su puesto de lucha notó que algunos de sus hombres retrocedían, y para evitar un desbande espoleó su caballo y enfiló hacia la línea rota, ordenando a sus soldados que no abandonaran la batalla.
Estaba cruzando el campo cuando su caballo perdió una herradura, tropezó y rodó, y Ricardo cayó al suelo. El caballo asustado, antes que el Rey pudiera reponerse, echó a correr.
Ricardo , en tanto veía como sus soldados daban media vuelta y huían, y las tropas de Enrique lo rodeaban...
Agitando su espada Ricardo gritó entonces ¡Un caballo! ¡Mi reino por un caballo!
Pero no había ningún caballo para él. El ejército se desbandaba, y sus tropas sólo pensaban en salvarse. Poco después los soldados de Enrique dieron cuenta de él, y la batalla terminó.
Por falta de un clavo se perdió una herradura,
por falta de una herradura, se perdió un caballo,
por falta de un caballo, se perdió una batalla,
por falta de una batalla, se perdió un reino.
Agitando su espada Ricardo gritó entonces ¡Un caballo! ¡Mi reino por un caballo!
Pero no había ningún caballo para él. El ejército se desbandaba, y sus tropas sólo pensaban en salvarse. Poco después los soldados de Enrique dieron cuenta de él, y la batalla terminó.
Por falta de un clavo se perdió una herradura,
por falta de una herradura, se perdió un caballo,
por falta de un caballo, se perdió una batalla,
por falta de una batalla, se perdió un reino.
Esta anécdota nos enseña que hay que cuidar los pequeños detalles. y que la soberbia es mala consejera.
Antes de emprender cualquier empresa hay que meditar las consecuencias de la misma, ser conscientes de nuestras limitaciones, y tomar los recaudos necesarios, para lograr el éxito, o eventualmente no morir en el intento...
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Rodolfo
12-07